Los 7 países que cruzamos los migrantes de Ecuador

Cultirica | Issue 2 | Stories

Naomi S. Guzman y su padre

Para quienes venimos de Ecuador, el camino migratorio hacia Estados Unidos implica atravesar siete países: Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras, El Salvador, Guatemala y México.

Cada migrante vive su propio sufrimiento y su propia lucha. No todos cruzamos por el mismo camino, ni con los mismos recursos, pero todos compartimos una misma esperanza: alcanzar el llamado “sueño americano”.

Desde lejos, el “sueño americano” se ve como una meta brillante e inspiradora. En nuestros países, muchos lo visualizan como una oportunidad para tener lo que allá nunca se pudo: estabilidad, educación, un trabajo digno, una vida mejor.

Pero cuando llegamos a Estados Unidos, nos enfrentamos con una dura realidad. El sueño no siempre es como lo imaginamos. No basta con trabajar duro o tener perseverancia. Aquí también nos encontramos con barreras: estar lejos de la familia, enfrentar discriminación, y vivir con el peso de no haber nacido en este país.

¿De qué sirve tener dinero, lujos, maquillaje caro, ropa de diseñador o una casa más grande si no tienes con quién compartirlo?

Para poder cruzar esos siete países, hace falta mucho más que esperanza. Hace falta dinero, contactos, personas que te guíen, alguien que pueda enviarte dinero conforme avanzas.

Muchos migrantes se quedan varados porque se les acaba el presupuesto. Algunos deciden quedarse en uno de los países para trabajar y reunir más dinero. Otros, con tristeza, se ven obligados a regresar. Este viaje no solo es difícil: puede ser mortal. Hay quienes no logran sobrevivir. Dejan atrás familias incompletas y sueños truncados.

Mi papá y yo queremos compartir una parte de nuestra historia.

Al principio, el viaje era manejable. Podíamos movernos en carro, bus o taxi. Lo más duro llegó cuando entramos a la selva del Darién. Aunque en ese entonces no era tan peligrosa como lo es hoy, seguía siendo un lugar extremadamente riesgoso.

En una parte de la selva había una subida de piedras con un puente muy angosto. Solo había una soga para sostenerse. Mientras íbamos cruzando, la gente se empezó a alterar y quería pasar rápido. Mi papá se quedó atrás ayudando a otras personas. Cuando logré salir del puente, me di la vuelta y vi que había caído un árbol justo en medio. Gracias a Dios a mi papá no le pasó nada, pero una persona resultó gravemente herida: una parte del árbol le cayó en la espalda. No supimos qué fue de él, porque en ese lugar casi no había señal, y su familia estaba muy preocupada.

Después de eso, el camino se puso más complicado. La selva del Darién tiene cuatro tramos: dos subidas y dos bajadas, ya que hay que atravesar dos montañas. Todo era puro lodo. Cuando íbamos por la tercera estación, empezó a llover. Era ya de noche y el guía nos dijo que no podíamos seguir, que era peligroso. Tuvimos que abrir nuestra carpa y pasar la noche allí.

Al día siguiente, seguimos caminando sin parar hasta llegar a las canoas que nos llevaron al campamento de la ONU en Panamá. A partir de ahí el camino fue un poco más fácil, pues pudimos tomar transporte en carro, bus o taxi. Aun así, hubo muchos tramos donde tuvimos que caminar o correr. Lo más duro, sin duda, fue la selva.

Dormíamos cerca de los ríos, y a veces la marea subía, lo cual era muy peligroso. Había que estar alerta todo el tiempo.

A medida que uno avanza, hay personas que pierden la fe y se cansan. Pero también hay quienes renuevan sus fuerzas porque saben que lo hacen por sus familias. Por lo que no pudieron lograr en sus países.

Cada familia tiene su historia, su dolor, y su manera de valorar lo que ha vivido. No todos sufren igual. Algunos no pasan por los mismos países que otros. Pero cada país trae su propio sufrimiento: en algunos lugares la migración no es bien vista, en otros la comida es muy costosa. Todo tiene sus reglas, sus riesgos, sus precios.

Este relato es solo una parte de todo lo que vivimos mi papá y yo. Lo compartimos con respeto y esperanza. Porque detrás de cada migrante hay una historia que merece ser contada, una voz que necesita ser escuchada, y un corazón que aún cree que después del sufrimiento, puede llegar la recompensa.

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