Algo Bueno Está Comenzando

Cultirica | Issue 2 | Stories

Cristian P. Huerta J. 

Yo soy Cristian Huerta y tuve que dejar mi país, Ecuador, para buscar una nueva vida en un país que muchos describen como la tierra de los sueños, las oportunidades y la esperanza de una mejor economía.

Decidí irme por varias razones. En Ecuador, los colegios se han vuelto muy inseguros. Existen bandas que se dedican a la venta de drogas, y yo temía que me obligaran a unirme a ellas. Escuchaba historias de estudiantes reclutados a la fuerza y no quería que eso me pasara. Además, mi hermana ya se encontraba en Estados Unidos y me decía que aquí podría tener un mejor futuro, especialmente en lo académico.

Cuando estaba en bachillerato, hubo un incidente cerca de mi escuela que aumentó la actividad de estas bandas. Fue entonces cuando hablé con mis padres y hermanos, y juntos decidimos que lo mejor sería que acompañara a mi hermano en su viaje hacia los Estados Unidos. No fue una decisión fácil. Sabía que tendría que dejar mi país, enfrentar un camino peligroso, y separarme de mis padres sin saber por cuánto tiempo. Incluso dudaba si algún día regresaría a Ecuador.

La primera parada fue Guatemala. Pasamos una semana ahí, sin conocer a nadie, quedándonos en un lugar extraño donde había jóvenes y niños armados. Tenía miedo, pero nos decían que mientras no hiciéramos nada, todo estaría bien.

Después nos llevaron por carretera hasta Chiapas, México. Llegamos a una casita en el cerro, cercada con bardas, donde hacía mucho frío. No estábamos solos; había al menos 40 personas más. Nos dejaban salir en grupos de cuatro, sin acceso a teléfonos, ya que decían que había drones vigilando el área. Estuvimos allí un mes. A pesar del encierro, yo ya empezaba a emocionarme. Sabía que estaba más cerca de cumplir mi sueño.

Luego nos llevaron en avión a Ciudad Juárez. El viaje me daba miedo porque no usaron nuestros nombres reales en los boletos, y temíamos que la policía mexicana nos detuviera. Afortunadamente, llegamos sin problemas, pero el ambiente en Juárez me hizo sentir inseguro: las calles se sentían vacías, la gente nos miraba con desconfianza, y sabíamos que para los que nos transportaban, nosotros solo éramos “paquetes”.

Nos encerraron en una bodega cerca de la frontera entre Juárez y Estados Unidos. Muy cerca había una cárcel, y justo durante nuestra estadía, hubo un motín. Muchos presos peligrosos escaparon, dejándonos a nosotros en aún más peligro. Estuvimos un mes allí, sobreviviendo a base de huevos y frijoles.

Una noche, finalmente cruzamos por una parte del muro hacia El Paso. Al otro lado nos esperaban carros. Todo fue rápido y tenso. Nos llevaron a una granja en Nuevo México donde pasamos dos días. Ya estaba en Estados Unidos, pero aún me sentía confundido. ¿Volvería algún día a mi país?

Después nos llevaron a Las Vegas, Nevada. No entendía por qué, pero nos dejaron en otra bodega. Allí, nos pidieron información sobre cómo nuestras familias iban a pagar el resto del viaje. Nuestra liberación dependía de eso. Por suerte, mi hermana pagó lo que faltaba, y una semana después nos dejaron en Iowa, cerca de la frontera con Minnesota.

Ahí nos recogieron mi primo y mi hermana. Habían pasado tres años desde la última vez que la vi. Lloré de alegría. Finalmente estábamos juntos. Conocí a mis primos y sentí, por primera vez en mucho tiempo, que algo bueno estaba comenzando.

Ya llevo dos años viviendo en Minnesota. He enfrentado muchos obstáculos, pero cada vez que me siento cansado o desmotivado, recuerdo todo lo que tuve que pasar para llegar hasta aquí. Me repito a mí mismo que no puedo rendirme. La vida está llena de desafíos, sí, pero también de oportunidades.

Aquí he encontrado mejores trabajos y estoy estudiando en una buena escuela donde he hecho grandes amistades.

Estoy construyendo mi futuro poco a poco, con esfuerzo, memoria y esperanza. Porque sé que el sacrificio de dejar mi país no fue en vano. Porque sé que el sueño no es solo llegar—es seguir caminando.

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