Keily Manual Nanduca
Ojos cansados, cuerpo agotado, cicatrices llenas de dolor… y dedicación. Un hombre que trabaja día tras día, sol a sol. Aunque su cuerpo está cansado, sigue luchando para sacar a su familia adelante. Ese hombre es mi padre.
Mi papá, Juan Diego, es el mayor de dos hermanos. Emigró a los Estados Unidos con una sola meta: sacar a su familia adelante y apoyarlos económicamente. Sin apenas dinero para comer o vivir, tomó la decisión más difícil de su vida: dejar atrás sus sueños.
Era un estudiante destacado, con reconocimientos por excelencia en deportes, literatura y matemáticas. Pero, aun con todo ese talento, tuvo que madurar rápido. Se preparó para cruzar la frontera, enfrentándose a lo desconocido sin saber si llegaría con vida.
Juan Diego migró a los Estados Unidos cuando tenía apenas 15 años. Lo hizo porque no había dinero, y como hermano mayor, quiso ayudar en casa. Siendo solo un niño, tuvo que dejar de serlo. Caminó tres noches y cuatro días. En la oscuridad del desierto, avanzaban. De día, descansaban por el calor insoportable. “Ya falta poco, ya falta poco”, repetía el coyote. Todos venían preparados con agua, comida y ropa abrigada para las frías noches. Pero no fue suficiente.
El plan era cruzar en dos noches y un día. Pero el camino se alargó. El agua y la comida se acabaron. Juan y los demás comenzaron a buscar agua en los alrededores. Tuvieron que beber de una poza usada por animales. El hambre y la deshidratación los golpearon. Juan comenzó a alucinar. “Por un momento sentí que estaba tomando soda… pero solo estábamos caminando”, me dijo una vez.

Finalmente, llegaron al punto de encuentro. Esperaron una tarde y una noche. Cuando llegaron los “recogedores”, tenían que correr, dejarlo todo, y brincar un cerco de alambre para subirse al carro en menos de dos minutos. Durante el viaje, los conductores los insultaban: “¡Agáchate, no te muevas!” y manejaban a toda velocidad.
Al llegar al motel, cuatro personas los esperaban con pistolas. Cerraron la puerta. Uno comenzó a hablar en inglés, y entonces bajaron las armas. Los escondieron bajo un colchón. Cuando lo levantaron, Juan se dio cuenta de que no estaban con buenas personas.
Después de esa pesadilla, Juan logró llegar a Minnesota, donde lo esperaba un tío al que no veía desde hacía años. Celebraron ese día como una victoria, pero al siguiente ya estaba trabajando para pagar la deuda que su tío había cubierto para ayudarlo a cruzar.
Pa, tú emigraste desde muy joven, dejando tu vida y tu familia en México. Cruzaste un desierto sin saber si ibas a sobrevivir. Sufriste hambre, deshidratación, miedo… pero nunca perdiste la razón por la cual luchabas.
Te confieso algo, papá: se me llenan los ojos de lágrimas cuando veo las arrugas en tu rostro, las canas en tu cabello, y cómo llegas a casa adolorido y agotado. Me duele, porque sé que estás cansado. Pero sigues luchando por nosotros, para que tengamos una vida mejor, una que tú no tuviste cuando eras un niño.
Father, you mean many things to me—
You are my father, my partner, my friend… and most importantly, my hero.
You are the man who has done everything in his power to make sure we don’t go through what you had to endure. You only want the best future for your kids.
Papá, gracias. Tus esfuerzos no han sido en vano.
Gracias por cada consejo, cada regaño, cada comida que te quitaste para dárnosla a nosotros.
Gracias por cada lágrima que has derramado, por cada sacrificio silencioso, por el futuro que nos has construido con tanto sudor.
La niña que hay en mí te agradece con todo el corazón.
Eres el mejor padre que Dios me pudo regalar.
Y nunca dejaré de agradecerte todo lo que has hecho por nosotros.
Gracias, papá.